domingo, 7 de agosto de 2016

Semana mundial de la lactancia materna

Cuando nació Curcuhuete yo tenía muchas ganas de disfrutar con él de la lactancia, pero no empezamos bien. En el paritorio no nos dieron la opción de que pudiera mamar por primera vez, no fue hace tanto tiempo, pero antes no era algo que se hiciera por costumbre, el piel con piel de nada más nacer duró solo un par de minutos, enseguida se lo llevaron a una cunita, cerca mía pero a la vez muy lejos, para limpiarle, comprobar las vías respiratorias, pesarle, medirle... Por suerte las cosas están cambiando y ya se respetan esos primeros momentos, esas tan cruciales primeras horas.
La primera vez que pude poner a Curcuhuete al pecho estábamos en la habitación del hospital, rodeados de personas que querían compartir aquellos primeros momentos con nosotros. No fue muy bien, él lloraba mucho, yo estaba nerviosa y no lograba encontrar una postura cómoda al tener aun los efectos de la epidural. Una enfermera me dejó un biberón, y me recomendó dárselo si le veía incómodo, no lo hice.
Al cabo de un rato nos quedamos a solas en la habitación mi madre, Curcuhuete y yo (bueno, y mi compañera de habitación con su familia, pero ellos estaban a lo suyo, no les sentía allí, la verdad) Mi madre me ayudó a ponerme cómoda y me dio unos consejos para poder darle el pecho a mi bebé, ¡lo conseguimos! Se enganchó fácilmente y empezó a mamar con mucha fuerza, me sentía tan capaz, tan feliz de poder alimentar a mi hijo... entró una enfermera junto a una mujer de la limpieza (esta última es la tía de el padre de Curcuhuete) le vieron mamando y me dijeron que debía cronometrar diez minutos de cada pecho, que la postura no era la correcta... La enfermera me cogió el pecho con una mano y la cara de mi bebé con la otra, él empezó a llorar, como es lógico, me pellizcaba el pezón y trataba de meterlo a la fuerza en la boca de mi pequeño, que lloraba de rabia. Aquello se me hizo eterno, no se cuánto tiempo duró, pero a mi me parecieron horas, horas en las que me decían que mis pezones eran muy pequeños, que él no se agarraba bien, que no sabíamos hacerlo. Llegó el momento en el que aquella enfermera se rindió de que mi pequeño recién nacido no quisiera mamar, la mujer de la limpieza le cogió en brazos para calmarle y me dijo "este niño tiene hambre" y sin preguntar, le metió en la boca el biberón que nos habían dejado en la mesita. Curcuhuete empezó a tragar como si no hubiera mañana, y a partir de ahí, en cada toma (cada tres horas, ni antes ni después, y cronometradas) había una enfermera recomendándome qué hacer y cómo hacerlo, y después de eso un biberón.
Al llegar a casa sentí cómo mi cuerpo se esforzaba por alimentar a mi pequeño, llegó la subida. Trataba de pegarme al pecho a mi bebé según me dijeron, pero él lloraba y lloraba, y solo le calmaba el incesante chorro del biberón. Traté durante un mes y medio lograr aquella imagen perfecta de una madre amamantando a su hijo, pero el dolor era inmenso, sangraba, y cada toma era un infierno. No tuve la información que tengo ahora, no tuve a mi disposición un grupo de apoyo, y la lactancia se fue como vino, entre lloros de los dos.
Me di cuenta de que no darle el pecho a mi hijo no me convertía en menos madre, lo acepté y pasamos a una lactancia artificial con mucho amor, bien cerquita el uno del otro, disfrutando de nuestro momento tranquilo en la intimidad. No logré amamantar a mi hijo,y esa espinita se quedó conmigo.
Por desgracia no tengo ninguna foto de esos pocos días en los que intentamos tener una lactancia feliz, y mis recuerdos de aquella etapa son dolorosos, pero eso no me impidió volver a poner toda mi ilusión para lograr la lactancia materna exclusiva con Comino.

Ocho años después llegó otra oportunidad, en esta ocasión el personal del hospital me ayudó a tener dos horas de piel con piel, nos dejaron intimidad para conseguir un primer agarre espontáneo, y no intervinieron con biberones, sino que nos aconsejaron el método dedo-jeringa para los suplementos que necesitó las primeras horas por las bajadas de azúcar (a causa de mi diabetes gestacional). Nos ayudaron a conseguir una lactancia materna exclusiva, nos apoyaron y solucionaron dudas y problemas, incluso los que han ido surgiendo meses después.
En esta ocasión he podido hacer uso de mucha más información, ahora se que la lactancia es a demanda, sin relojes de por medio, y que dar de mamar no tiene que doler. Disfruto de los momentos en los que alimento a mi hijo y también de los momentos en los que el darle el pecho sirve para dormir porque tiene sueño, o calmar porque está nervioso, o porque algo duele (bendita tetanelgesia para las vacunas, analíticas...) o sencillamente porque necesitamos el contacto el uno del otro. No siempre ha sido fácil, pero volvería a pasar por todos los males solo para poder tener esa sensación de plenitud que me invade al dar de mamar a mi pequeño.
Para celebrar estos momentos decidí hacernos una foto por cada día de la semana mundial de la lactancia materna, que termina hoy. Aquí os dejo el resultado de la semana.
¡Feliz lactancia! Hasta la próxima entrada.

















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